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Zurich Standard Texts: Spanish
Emotionally Neutral Text
Por encima de todo, a Heidi le gustaba, en aquellos días en que soplaba el viento otoñal, el
misterioso runrún de los tres abetos que había detrás de la cabaña. Por lo general Heidi
estaba debajo de los abetos y oía el murmullo de los árboles. El sol ya no era tan cálido como
en verano y Heidi sacó del armario sus calcetines y sus zapatos y también un vestido de lana,
porque hacía cada vez más fresco.
Y llegó el frío. Y una mañana todo amaneció teñido de blanco: durante la noche había caído la
primera nevada y ya no se veía ni una sola mancha verde. Pedro el cabrero dejó de subir al monte
con sus cabras.
Heidi, sentada junto a la ventana, contemplaba cómo caía la nieve en grandes copos, sin
interrupción. Tan grande fue la cantidad de nieve caída, que al fin alcanzó el borde inferior de
la ventana, y aún seguía subiendo de tal manera que ya no se podía abrir la ventana. Dentro se
estaba bien calentito.
A Heidi eso le pareció tan divertido que no paraba de correr de una ventana a otra para ver en
qué iba a parar todo aquello. Se preguntaba si por fin la nieve cubriría toda la cabaña, y si
sería preciso encender las luces en pleno día. Pero las cosas no llegaron a tanto.
Al día siguiente dejó de nevar y el abuelo salió fuera y se puso a quitar la nieve. Con una pala
fue amontonando la nieve en varios sitios hasta que las ventanas y las puertas quedaron despejadas.
Por suerte el abuelo lo había hecho en el momento oportuno, porque cuando él y Heidi se hallaban
por la tarde sentados junto al fuego del hogar, oyeron de pronto recios golpes y patadas delante
de la puerta, y al momento entró Pedro el cabrero, que hacía aquel ruido cuando se quitaba la
nieve de los zapatos. De hecho, estaba cubierto de nieve porque tuvo que abrirse camino a través
de una capa tan densa que grandes trozos quedaron pegados a su ropa por el frío. Pero ni la nieve
ni el frío le hicieron renunciar a su empeño: hacía ocho días que no veía a Heidi y la echaba de
menos.
"Buenas tardes" dijo al entrar. Después se acercó al fuego y no dijo nada más, pero su rostro
expresaba franca alegría por estar allí.
Heidi le miraba asombrada ya que se hallaba tan cerca del calor del hogar que la nieve empezó a
derretirse y caía de su ropa en forma de lluvia.
"Bien, general, ¿cómo te van las cosas?" Preguntó el abuelo. "Ahora te has quedado sin Ejército
y tienes que morder el lápiz".
"¿Por qué ha de morder el lápiz, abuelo?" preguntó Heidi, muy curiosa.
"Durante el invierno, Pedro tiene que ir al colegio" explicó el anciano; "allí se aprende a leer y a
escribir y eso, a veces, resulta muy difícil y morder el lápiz ayuda, ¿verdad, general?"
"Sí, es verdad" confirmó Pedro.
Emotionally Stimulating Text
Debió, no obstante, caer en un duermevela pues se estremeció y se quedó estupefacto al sentir las
manos de Víctor que le tentaban cautelosamente los vestidos. En uno de los bolsillos tenía el
cuchillo y en el otro el ducado; ambas cosas le robaría Víctor si daba con ellas. Fingió dormir,
púsose a dar vueltas a uno y otro lado y a menear los brazos como si fuera a despertarse, y Víctor
se retiró. Goldmundo sentía gran irritación y decidió separarse al día siguiente.
Mas cuando, cosa de una hora después, Víctor volvió a acercársele y reanudó la rebusca, Goldmundo
se quedó helado de ira. Sin moverse, abrió los ojos y dijo despreciativo: "Pierdes el tiempo; aquí
no hay nada que robar".
Asustado, el ladrón le echó las manos al cuello. Y como Goldmundo se defendí y forcejaba, el otro
apretaba cada vez más al tiempo que le tenía puesta la rodilla sobre el pecho. Notando que se
ahogaba, Goldmundo hacía fuerza y daba sacudidas con todo el cuerpo; y al no conseguir desembarazarse,
lo penetró de golpe la angustia de la muerte, y le aguzó el ingenio y le clareó la mente. Metió la
mano en el bolsillo y, mientras el otro seguía agarrotándolo, sacó el pequeño cuchillo de monte
y empezó, de pronto, a apuñalar a ciegas a su adversario. Pocos instantes después las manos de
Víctor se aflojaban, volvía el aire y Goldmundo paladeaba con fruición, respirando honda y
afanosamente, su vida recién salvada. Intentó ponerse de pie, y entonces el camarada se desplomó,
blando y flojo, sobre él, dando gemidos, y su sangre corrió por el rostro de Goldmundo. Sólo ahora
pudo levantarse. Al grisáceo fulgor de la noche vio al grandullón que yacía inmóvil; y al tocarle,
su mano se llenó de sangre. Le alzó la cabeza, que cayó pesada y floja como un talego. De su pecho
y su cuello seguía manando la sangre y de su boca fluía la vida en suspiros desvariados, cada vez
más débiles.
"He dado muerte a un hombre" pensaba y repensaba sin cesar, al tiempo que, arrodillado sobre el
moribundo, veía cómo la palidez se iba extendiendo por la cara. "He matado, santa Madre de Dios"
se oyó decir a sí mismo.
Súbitamente, se le hizo insoportable seguir en aquel lugar. Recogió el cuchillo, lo enjugó en el
chaleco de lana que el otro tenía puesto y que las manos de Lidia habían tejido para su amado;
y luego de meter el arma en su vaina de madera y restituirla al bosillo, se enderezó de golpe y
huyó de allí en desalada carrera.
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Within-subject variation of pause duration (red bars) and loudness (green bars) over an
observation period of 15 days (no assessments on days 1, 4, 13). The subject's speaking behavior
is virtually unchanged over time except for day 12 where longer pauses and a slightly lower
voice suggest that the subject was somewhat tired at the time of assessment.
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